verano docente
Ahora que ya se cerraron las aulas por un tiempo y que el silencio se apodera de lo que fueron pasillos bulliciosos de nuestros centros educativos, se abre un periodo distinto: el verano como espacio creativo en el que dejar de hacer para permitirnos Ser.

Te propongo descansar de la presión del hacer para permitirnos Ser.

El tiempo tranquilo, sin urgencias, sin exigencias externas ni estrés nos lleva a ritmos más pausados, mas llenos de dopamina y menos de adrenalina.
Se trata de re-encontrarse con uno mismo.

Los valores en entredicho de nuestra sociedad valoran mucho el hacer, ser productivos. Y la actividad frenética nos enfoca en el hacer, en ocasiones con tal fuerza centrífuga que nos saca de nosotros mismos.
Pero hacer por hacer no tiene sentido. Nuestros actos han de tener sentido y propósito para nuestra vida, una vida contemplada en conjunto, como un viaje con muchas etapas e itinerarios que tiene un destino, o al menos un horizonte al que dirigirse.
Porque un barco enmedio del océano que no tiene rumbo ni destino no llega a ningún puerto.
Reflexionemos sobre nuestros actos y conducta, sigamos el hilo de nuestros pensamientos, emociones, acciones, costumbres, filias y fobias, hábitos, maneras de ser y creencias con las que al final vamos construyendo nuestra vida a cada paso.
Paremos nuestro barco en puerto seguro y reparemos la nave, acondicionémosla para nuevos y emocionantes viajes a destinos nuevos; atrevámonos a ir hasta donde no habíamos llegado. Y no sólo en el alcance de objetivos concretos, sino sobre todo en la ampliación de nuestra comprensión de nosotros mismos y de la vida.
(Etimología. La palabra vacaciones deriva del latín vacans, participio del verbo vacare: estar libre, desocupado, vacante (como un puesto de trabajo). Vacuus: vacío, desocupado libre. Vacui dies: días de descanso Vacatio (-ionis): dispensa, exención).
Démonos permiso para asumir el verano como un tiempo de reposo en el que se va gestando el fruto y va apareciendo la cosecha acumulada del curso escolar. ¿Cuál es la cosecha? ¿Hay producto en la producción docente? ¿Sería acaso los aprendizajes de los alumnos?
Nuestra cosecha es de naturaleza abstracta y tiene que ver más con las maduraciones que con los aprendizajes.
Madurar implica extraer de todo lo vivido en este curso que se ha terminado su síntesis vivencial, extraer de las propias experiencias los alumbramientos de conciencia (siguiendo a Sócrates y su Mayéutica). 
Así cada toma de conciencia es un fruto para el presente y una semilla que plantar para el próximo curso. Y con ellos haber crecido un poco cuando llegue septiembre y las clases vuelvan a llenarse de risas, voces, juegos, anhelos y aprendizajes.
Si no recogemos fruto y sembramos en este tiempo de “barbecho”, que es nuestro necesario descanso vacacional, volveremos al aula y seguiremos haciendo lo mismo un año tras otro.
No es que esté mal, pero ¿seguro que no hay nada que mejorar en mi práctica docente, en mi manera de dar las clases, en mis claves para la motivación, en cómo puedo resolver los problemas que me surgieron este curso?
La falta de reflexión y autoevaluación nos perpetúa en la zona de inercia de nosotros mismos. La reflexión ha de llevarnos a pensamientos nuevos, creativos, innovadores.

Ya lo decía Einstein: “Para resolver un problema hay que hacerlo fuera de las creencias y el pensamiento que lo creó”.

Si a nuestros alumnos les pedimos que en cada curso se superen, ¿no hemos de dar ejemplo nosotros, los docentes? ¿O es que ya hemos alcanzado el Sumun de cuánto hay que aprender? ¿Tal vez eso de “Aprender a aprender” es sólo para los alumnos?
Seamos creativos, arriesguémonos a retarnos con nuevos problemas y soluciones, seamos inconformistas y encontremos zonas de mejora. Salgamos de nuestras zonas de confort, de considerar la clase de manera acostumbrada; mirémosla con nuevos ojos, esos con los que la miran nuestros alumnos el primer día, cuando entran en ella y llegan llenos de curiosidad.
Si viajamos este verano, que el viaje sea una invitación a transitar un viaje interior por territorios nuevos e inexplorados de uno mismo, a través del que encontrar nuevas miradas del mundo, cartografíandolo de otras maneras.
No se trata de llenar el tiempo, sino de vaciarnos para dejar espacio a todo lo que vivimos, y crecer, madurar con las experiencias.
“La Vida es eso que pasa mientras estamos ocupados con nuestros asuntos”…

Ante cada nuevo curso me gusta hacer una reflexión valorativa sobre lo alcanzado en mi práctica docente, cómo me he ido encontrando en relación a recursos personales y bienestar ante los retos, cuáles han sido los objetivos alcanzados y a los que no llegué. Se trata de crear conciencia que permita generar sentido y establecer objetivos de cara al nuevo curso.

Preguntas para la reflexión
(TOMA PAPEL Y ESCRIBE TUS RESPUESTAS):

¿Cuáles son los problemas y desafíos más importantes que me he encontrado en este curso?
¿Cómo los he resuelto? ¿Qué puedo mejorar en relación a ellos?
¿Qué no he sabido gestionar bien? ¿Cómo podría mejorarlo o haberlo hecho?
¿Qué necesito aprender o cambiar para mejorar mi competencia en esos aspectos?
¿Qué necesitan mis alumnos de mí y de mis clases?
Si yo fuera el mejor docente del mundo, ¿cómo serían mis clases? (Atrévete a imaginarlo).
De todo eso que se me ha ocurrido, ¿qué puedo incorporar a mis clases para hacerlas más amenas, divertidas, motivadoras y mejorar los aprendizajes de los alumnos?
¿Cómo puedo incorporar todo ésto en el próximo curso?
Elabora un Plan de Acción con objetivos concretos, medibles, alcanzables, temporalizados.
Y cuídate mucho, rodéate de una red de apoyo (familia, amigos…), busca aliados, no hagas «la guerra» por tu cuenta…
Para que disfrutes el próximo curso (sí, disfrutar con sus tensiones, dificultades y problemas) esta bella profesión que es la de ser docente.

Pensamientos ordinarios producen resultados ordinarios, pensamientos extraordinarios cambian extraordinariamente nuestros resultados.

FELIZ VERANO.

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