Tanto en la crianza como en la escuela, la Educación es una oportunidad para el desarrollo del potencial humano o para obstaculizarlo. Y ello depende de los vínculos que conformamos, generando confianza o dependencia e inmadurez emocional.
Trabajar con niños y adolescentes suele acarrear tensiones y conflictos. Para abordar esos conflictos y sacar de ellos algo positivo, en la construcción de la Identidad de los alumnos, es importante ser conscientes de cuáles son nuestras zonas inmaduras y observar qué estamos poniendo en las relaciones que se dan en el aula y en los centros.
Generalmente no somos conscientes, pero en las relaciones suelen emerger aquellos conflictos y carencias que se dieron en nuestra propia crianza. En el aula aparece el hijo que fuimos, el alumno que fuimos, los padres que tuvimos y la relación con ellos. Incluso el amigo, compañero o padre que somos. Todo eso conforma el docente que somos. Es una mirada sistemática que puede dar claves para abordar los conflictos o las relaciones que generamos en el aula entre alumnos, entre docentes y entre docentes-alumnos.
Madurar
Madurar es literalmente despertar a la vida. Estar despiertos es vivir desarrollando nuestro potencial intrínseco, sintiendo que construimos una vida plena, gozosa y aportamos valor a los demás.
Envejecer es inevitable, pero madurar es algo opcional. Somos responsables de nuestra edad psicológica.
¿Qué pasa en general que como adultos no es así? Vivimos apagados, cansados, anestesiados, tristes, disociados, fragmentados. ¿Qué pasó? Pues que la Educación que recibimos estuvo carente de vínculos afectivos que satisficieran nuestras necesidades reales en la niñez y adolescencia.
Lo que detiene nuestro desarrollo y potencialidad son las carencias. Entonces crecimos con carencias. Y siendo adultos funcionamos con esas carencias, buscando todavía satisfacer esas necesidades para cerrar etapas anteriores.
Las relaciones en sí no son conflictivas. Lo que produce conflicto es la falta de madurez emocional.
Necesidades reales
¿Cuáles son esas necesidades esenciales para el desarrollo en la niñez? Ser amados incondicionalmente, ser aceptados como son, ser mirados y tenidos en cuenta, ser valorados y acariciados. Luego está el poner límites firmes y amorosos… Pero lo primero es el amor.
Si como niños no recibimos amor sepultamos esa necesidad en el inconsciente, porque nos aferramos desesperadamente a ser amados y aceptados por nuestros mayores, porque si no sería como una negación a existir; nos derrumbamos. Preferimos un amor tóxico y doloroso a la indiferencia.
Generamos todo tipo de piruetas psicológicas para ser reconocidos y amados.
Cada necesidad no satisfecha es una carencia.
Toda necesidad satisfecha es un don.
Las carencias generan heridas.
Por eso la niñez es una etapa tan importante, porque en ella construimos nuestra identidad y nuestra personalidad.
Entonces lo que no se cerró en esa etapa es una necesidad o herida que mantenemos en la adultez y que buscamos satisfacer o sanar de muchas maneras; con frecuencia disfuncionalmente.
Adultez y autonomía
Una persona adulta es madura, es autónoma, porque dejó atrás la dependencia emocional de guiarse por ser aceptada, amada y valorada por otros, porque aprendió a amarse y valorarse a sí misma.
Confía en sí misma y en la vida, tiene sentimientos propios, respeta y honra su interioridad, desde la que conformamos nuestra brújula; lo que nos permite orientarnos en la vida.
Y un adulto está en coherencia emocional: “lo que pienso, siento, digo, hago y elijo están en coherencia con lo que yo soy intrínsecamente”.
La incoherencia es la raíz de la enfermedad psíquica y física.
Desde esta libertad y criterio una persona adulta puede amar sin dependencia.
Una persona madura es una persona completa, que se hace cargo de sus fortalezas y también de completarse a partir de sus carencias.
Que deja de proyectar en los demás la culpa o la desvalorización, deja de tirar balones fuera, de victimizarse, y se va haciendo responsable de su propia vida, con sus aciertos y errores (necesarios para el aprendizaje).
Madurar es la asignatura pendiente de una sociedad que vive de media en la edad psicológica de la adolescencia.
Los Vínculos
Donde nos jugamos el desarrollo del potencial humano es en los vínculos. Por eso son tan importantes en el hogar y en la escuela.
Construimos vínculos desde nuestra propia historia vincular previa. Si crecimos con carencias vamos a replicarlas en los vínculos que establecemos como padres o docentes.
Nos relacionamos con los demás según nos tratamos a nosotros mismos. Y nos tratamos según nos trataron otros cuando éramos pequeños.
Si fuimos desvalorizados desvalorizaremos. Si recibimos dureza y abandono eso será lo que daremos, muchas veces inconscientemente.
A menos que nos demos cuenta…
Estos vínculos sin amor o donde el amor es tóxico generan dependencia emocional, y por tanto culpa, violencia, adicciones…
Hay dos grandes circuitos emocionales: los circuitos del amor y los del miedo. Los primeros construyen madurez, los segundos dependencia.
Reconocerse
Toda persona está llamada a ser sana emocionalmente. No es algo solo para una élite; todos estamos preparados para ello.
Cuando caemos en la cuenta de nuestra inmadurez emocional todo se transforma. Darse cuenta no es solo entender, sino llegar a un profundo nivel de comprensión. Porque comprender es estremecerse. Si no siento una conmoción entendí pero no voy a cambiar un ápice; me quedé en la mente.
Es aquello de decir: ”Ah, ya lo sé“. Y luego no mover nada.
Para transformar la inmadurez hay que sufrir un cambio real, que es un darme cuenta y pasar esa comprensión por “la sangre del corazón”.
La mente es solo un instrumento. Para comprender hay que hacerlo con todo el Ser, y ello implica al corazón. Solo entonces voy a tener la voluntad para ejercer una transformación consciente
Los espejos
Nos miramos en la mitad del otro. Nos construimos a través de las miradas. A través de los espejos maestros que nos brindan las relaciones podemos darnos cuenta de nuestros dones y heridas, si estamos atentos.
Los impactos emocionales que vivimos en nuestras relaciones no dejan de ser mensajeros de nuestras heridas internas.
Una persona que desvaloriza va a desvalorizar o someter a los demás; o los demás le van a hacer sentir sometimiento y desvalorización, porque el espejo puede ser directo o inverso.
De ahí que podamos utilizar esos conflictos y heridas como una manera de indagar en sus causas y reconocer cuáles son las zonas inmaduras a las que apuntan.
Así podemos tener una visión de la violencia escolar o del bullying más amplia y comprender que el acosador pudo ser víctima antes; y que acosador y víctima están expresando roles complementarios bajo estados de dependencia. Y eso implica a los padres y la crianza directamente.
No podemos separar escuela de familia, ni la persona del alumno o del docente. La familia, la sociedad y la escuela son sistemas interconectados. Y un cambio en uno de ellos afecta al resto.
Solemos llamar amor a muchas cosas que están relacionadas con la dependencia. Y donde hay dependencia hay apego y dominación. Y sobre todo hay miedo al abandono, a no ser querido, a no ser aceptado; que son aspectos muy problemáticos en los seres humanos y que generan relaciones dramáticas del tipo salvador-perseguidor- víctima.
Una Educación para Ser
Si asumimos que madurar y crecer psicológicamente es el destino de todo ser humano, es la vocación de vida, la única Tarea de la que realmente debemos ocuparnos, entonces la Educación debería garantizar precisamente eso.
Dicen que la vida es aquello que pasa mientras estamos ocupados… Entonces cuanto más inmaduros más distraídos vivimos de lo esencial; que no es algo externo sino algo intrínseco a nosotros.
El potencial humano sólo puede desarrollarse bajo ciertas condiciones, esencialmente desde vínculos significativos basados en el amor.
La Educación que tenemos es hija de la inmadurez emocional y la cultura de la dependencia.
El determinismo biológico de plantas y animales en el ser humano es sustituido por la Interioridad. Una semilla de manzano sólo puede crecer y ser un manzano. En lo humano hay una construcción de la identidad a partir de la voluntad y las elecciones desde las relaciones y sus vínculos. Esas elecciones pueden tomarse en base a circuitos del amor o del miedo. Cuantas más elecciones hacemos desde el miedo más nos alejamos de nuestra Identidad Esencial, y más superficial y basada en lo externo es nuestra identidad.
Solo una Educación centrada por y para las personas puede invitar a los alumnos y docentes a ser lo que realmente son, a construirse desde una emocionalidad madura, desde la confianza y una sana autoestima que desarrolla en libertad el potencial intrínseco de cada ser humano.
Cuando sabemos que lo importante no es el currículo o los contenidos hay muchas cosas que cambiar en Educación.
Y el primer paso es la maduración emocional docente. Porque el docente es el corazón, el guía y el agente de cambio primordial. Porque cuando cambia el docente cambia la Educación.
Dado que hay una tendencia innata a desplegar el potencial, el fin más alto y sagrado de la Educación es el de acompañar desde el respeto y el amor al otro para que sea quien es.
Y para poder acompañar así el docente ha de estar en ese mismo proceso. Pues desde su Presencia en el aula se dan o se cercenan permisos para Ser, o se sigue alimentando la cultura de la dependencia y la inmadurez emocional.
Recordemos cada día como docentes y como adultos que el aula es el espacio de las relaciones y los vínculos donde nos jugamos el potencial humano.
Bibliografía y webgrafía
Libro: las 5 heridas de la Infancia. Lise Bourbeau.
https://www.revistacriterio.com.ar/bloginst_new/2014/06/10/la-verdad-emocional/. Ángela Sannoti