«He llegado a una estremecedora certeza:

soy el elemento decisivo en el aula.

Mi ser, mi persona, es lo que crea el clima de la clase.

Es mi actuar diario en el aula lo que genera sol y calor o tristes nubarrones.

Como profesor poseo el poder tremendo de hacer la vida de un niño miserable o alegre. Puedo ser un instrumento de angustia o un factor de inspiración.

Puedo humillarlo o hacerlo reír, lastimarlo o fortalecerlo…«

(Ginnot, 1993).

No hay desarrollo profesional docente si no hay desarrollo personal

Comienzo con esta afirmación así, directamente; porque para mí es muy obvia,  fruto de la experiencia atravesada en estos treinta y tantos años trabajando en educación pública; habiendo pasado por todos los estados imaginables dentro de esta maravillosa profesión docente que a veces, o a menudo, nos pone en la picota; nos hace entrar en crisis.

Llegué sin ninguna preparación previa al aula (sólo con mis estudios universitarios) y me vi inmerso en todo un mundo de relaciones y de presiones de muchos tipos: académica, burocrática, autoestima, creencias limitantes, valores y contravalores, coherencia, congruencia o su falta…

Desde mi propio malestar fui buscando claves para salir de él y encontrarme mejor.

Y me di cuenta de que no hay dos vidas: la vida personal y la profesional. Sólo hay una vida interconectada con cada uno de los aspectos que desarrollamos en ella. Y lo que sucede en un campo afecta a los demás pues nuestra vida es un todo interconectado.

Llevo más de diez años abordando el malestar y el bienestar docente, aportando aquellas claves encontradas en el camino que me llevó hacia esa maravillosa sensación de realizarme en el trabajo y llevar mucho mejor las presiones y el estrés a los que hoy día estamos sometidos la mayoría de los docentes de la educación oficial, sobre todo en Primaria y Secundaria o Bachillerato, trabajando con niños y adolescentes.

  • Sentirse mal al pensar en ir a trabajar.
  • Sufrir síndrome de burn out o postvacacional.
  • No sentir motivación por la docencia o haberla perdido.
  • Comprobar como los conflictos personales nos afectan profesionalmente y viceversa.
  • Caer en una depresión.
  • Tener negros augurios y un futuro pesimista.
  • Tener repetidos conflictos con alumnos o compañeros de trabajo.

Son  habituales entre los docentes. Y no son temas académicos.

En mi artículo “Malestar docente: un boicot a la excelencia educativa” hablo de algunos datos sobre sus causas y consecuencias:

https://ined21.com/malestar-docente-un-boicot-silencioso-a-la-excelencia-educativa/

Conozco el escepticismo que hay dentro de la profesión en relación al desarrollo personal, seguramente porque dentro de él se ha propagado un desarrollo pop simplista, prácticas de autoayuda sin fundamento o ineficaces, un buenismo que no contribuye a resolver los problemas y hasta se ha mezclado con alguna pseudociencia.

El desarrollo personal, o como se quiera llamar, la adquisición de competencias en inteligencia emocional, gestión de estados, revisión de creencias, conocer cómo funciona el cerebro y las relaciones entre pensamientos y emociones, son herramientas constatadas y útiles para mejorar el afrontamiento del estrés, los retos de nuestra profesión, incidiendo positivamente en las relaciones, el autoconcepto y la mejora del desempeño docente en general.

Trabajar sobre nosotros mismos mejora nuestro bienestar y nuestra competencia docente, haciéndonos mejores profesionales.

El bienestar es importante porque genera las condiciones adecuadas para aprender mejor y para desarrollar los talentos, fortalezas y capacidades de las personas de manera más optima.

Con mayores niveles de bienestar docentes y alumnos pueden dar lo mejor de sí, en la enseñanza y en los aprendizajes, mejorando la excelencia de nuestro sistema educativo.

El bienestar es una consecuencia

Siempre está esa tensión (que puede ser creativa o disfuncional) entre lo que uno quiere (el ideal) y la realidad que luego nos encontramos en el aula.

Creo que todos, o la inmensa mayoría de docentes y educadores, llegan al aula con un modelo interiorizado de cómo debe ser.

Ese modelo ha sido forjado con la experiencia propia, siendo alumnos desde primaria a la universidad. También está formado por creencias, puntos de vista, etc.

Como tramitamos la distancia entre nuestro ideal y la realidad es un factor fundamental para mantenernos en una zona de bienestar docente.

El bienestar es siempre un resultado, una consecuencia. Por tanto, si sé cómo puedo contribuir a mi bienestar docente (independientemente de las circunstancias externas) podré actuar más conscientemente para conseguir los resultados que quiero.

En la mayoría de los casos estamos alojados en la zona del malestar docente porque ni siquiera sabemos que depende de nosotros mismos cambiar ese estado.

Con la pandemia del Covid ha aumentado el malestar en la sociedad. Y eso es algo que se refleja en los colegios y centros educativos. Todo es un Sistema cuyas partes se afectan: si la sociedad está peor los padres están peor, si ellos están peor los hijos están peor…

Los que trabajamos a pie de aula hemos observado un aumento exponencial de los problemas emocionales, psicológicos y hasta psiquiátricos.

Entre los síntomas de afectación emocional durante la Pandemia “más señalados por los encuestados se encuentra la respuesta “me siento superado”, que alcanza cerca de un 60%. Además, un 70% afirmaba haber tenido dificultades para dormir. Por otro lado, cerca de un 50% ha sufrido dolores de cabeza y cambios en el estado de humor”.

https://www.educaciontrespuntocero.com/noticias/docentes-superados-durante-pandemia/

Por tanto, aprender nuevas competencias que redunden en una mejora de los índices del bienestar docente se hace necesario y es cada vez más urgente.

Una profesión ambivalente

Se da una sensación de ambivalencia en la profesión que ya señalaba el querido José María Esteve:

«La enseñanza es una profesión ambivalente. En ella te puedes aburrir soberanamente, y vivir cada clase con una profunda ansiedad; pero también puedes estar a gusto, rozar cada día el cielo con las manos, y vivir con pasión el descubrimiento que, en cada clase, hacen tus alumnos»

(Publicado en Cuadernos de Pedagogía / N° 266 / Febrero 1993)

Esta ambivalencia se da en muchos aspectos:

  • Se puede disfrutar en la docencia o se puede ser la persona más desgraciada.
  • Deja libertad de cátedra pero las normativas y leyes obligan.
  • El funcionariado puede sumirte en zona de confort total o se pueden asumir muchos retos profesionalmente, como verdaderos emprendedores educativos o culturales.
  • Hay opciones de promoción y desarrollo profesional pero son limitados
  • Uno no puede gestionar las condiciones pero permite mucho espacio a la creatividad en el aula.
  • Cinco horas lectivas de clase diarias, pero son horas muy intensas.
  • Pocas horas de clase a la semana, pero no hay tiempo suficiente de preparación o para investigar.
  • Muchas vacaciones, pero mucho estrés.
  • Cada vez más burocracia
  • Etc.

Estar en un lado u otro de esta ambivalencia no depende tanto de las circunstancias, sino sobre todo de nosotros mismos. Adquirir las competencias personales necesarias para estar en la zona de bienestar es el paso que nos toca dar desde nuestra responsabilidad personal, aprendiendo a reconocer que toda incomodidad y toda crisis es una oportunidad para aumentar nuestro autoconocimiento y madurar emocionalmente.

Hacernos cargo de nosotros mismos

Muchas circunstancias externas afectan al bienestar docente, y nos quejamos de ellas; pero no se tiene control sobre las mismas.

Lo peor que se puede hacer en estos casos es preocuparse por lo que vendrá, verse secuestrado por miedos anticipatorios que no siempre se cumplen.

Y por otro lado, asumir que no teniendo el control total uno debe ocuparse, en lugar de pre-ocuparse, desde la parte que le corresponde hacer.

Caer en la queja o la victimización no ayuda sino que baja la energía que hace falta para asumir los retos.

Sólo puedo centrarme en lo que yo mismo puedo hacer en relación a esas circunstancias.

Hacernos cargo de nuestra vida y lo que nos pasa en ella es un rasgo de madurez emocional.

Y cuando acepto que no puedo cambiar las circunstancias externas, que muchas no dependen de mí, sólo puedo gestionar las respuestas que doy en esas circunstancias.

Soy responsable para dar lo mejor y dueño de mí mismo para decidir qué invito y que no en mi metro cuadrado, ese en el que yo estoy, soy y existo.

Eso nos lleva a posicionarnos desde lo que se conoce como Locus de control interno, a estar más confiados en que vamos a dar una respuesta adecuada a los desafíos externos.

Hay dos abordajes de las crisis o las dificultades personales:

  • Mejora de la respuesta emocional
  • Mejora de las competencias y por tanto mejora de la eficiencia.

Ambas son complementarias y necesarias, pero la mejora de las competencias necesarias para asumir el Arte de Educar es la más importante. Pues nos hace más capaces y nos ayuda a autorrealizarnos desde la profesión docente.

Una compañera me hablaba en una sesión de mentorización sobre sus emociones de preocupación y culpa porque siente que no le puede dar a cada alumno el tiempo que necesita.

Abordamos por un lado la parte emocional, la culpa, cuya raíz viene de su madre y de la cultura familiar haciendo un trabajo de revisión transgeneracional y personal sobre sus creencias y emociones.

Y después vimos prácticas para atender la diversidad mejorando su gestión de aula, proponiendo el uso del Diseño Universal del Aprendizaje y el trabajo por grupos cooperativos.

El mensaje es que todos podemos hacernos conscientes de las emociones que surgen como obstáculos a los aprendizajes en el aula, conscientes desde nuestra conducta de las creencias disfuncionales que nos llevan a repetir comportamientos inadecuados, haciendo el adecuado trabajo de revisión y mejora competencial en aquellas áreas en las que necesitamos mejorar como profesionales y como personas.

Claves del bienestar docente

Los estudios sobre malestar o bienestar docente arrojan una conclusión clave: la creencia de la autoeficiencia que considera que tiene el docente en relación a los retos educativos va a ser esencial. A mayor creencia de autoeficiencia mayor bienestar.

¿Dónde se asienta este pilar del bienestar docente?

Sobre la autoconfianza y la autoestima.

Que son dos núcleos profundos de la identidad personal, de cómo estamos en relación a nosotros mismos ( y a los demás), de cómo nos sentimos dentro y desde dónde abordamos el mundo de afuera.

Es decir, nada que tenga que ver con una preparación académica, profesional. Sino que tiene que ver con lo que podemos considerar el crecimiento o desarrollo personal, la maduración emocional, etc.

Está relacionado con todo ese entramado de competencias que se ha dado en llamar “soft”, blandas…

La autoconfianza es también la confianza en la vida, en el mundo. Es el grado de sensación de control o seguridad que vamos a tener en entornos inciertos, como es la sociedad en la que vivimos, con cambios acelerados e impredecibles.

La autoestima parte del amor hacia uno mismo, que es el primer amor, el amor nuclear. Según nos amamos podemos amar a los otros.

Ambos son aspectos centrales que definen si vivimos desde el circuito neuronal del miedo o lo hacemos desde los circuitos neuronales de la confianza.

Vivir desde el modo defensa/ataque o vivir desde la confianza lo cambia todo.

Porque desde la confianza funcionamos en modo creativo y somos capaces de aprender de los errores, solucionar problemas, evitar la procastinación o vivir abiertos a la vida.

La clave del bienestar es siempre interno.

La clave de cambios transformacionales es siempre interna.

Todo cambio de Ley Educativa es un cambio externo, y nos adaptamos a él. Por lo que es un cambio adaptativo y superficial.

Los cambios transformacionales suceden de dentro a afuera. La más poderosa motivación es intrínseca.

Por eso, sólo cambia la educación cuando cambia el docente, cuando cambian las personas.

Como toda carencia en la crianza es un obstáculo a la potencialidad y toda necesidad esencial atendida se convierte en un don, es necesaria la madurez emocional.

Dicho de otra manera, el Trabajo detrás de cualquier tarea en la vida es el de hacernos cargo de nosotros mismos, de nuestras heridas, de esas zonas fragmentadas, inmaduras, integrándolas en nuestra Conciencia y adquiriendo una mayor madurez emocional, un mayor crecimiento personal, una mayor integración.

Por eso, el desarrollo personal, el trabajo sobre uno mismo, en los niveles físico, emocional, mental y espiritual es clave para el bienestar docente y para un mayor bienestar en nuestra vida como personas.

Asumiendo una interioridad florenciente, estaremos en condiciones de invitar a nuestros alumnos a habitarse por dentro; algo que sin duda contribuirá al desarrollo de vidas plenas y con sentido.

Si las instituciones educativas todavía no están sensibilizados a la implementación de planes de bienestar, más allá de la seguridad de los riesgos laborales, sólo nos queda la responsabilidad personal y colectiva en los centros educativos para ir abordando el reto del bienestar y del cuidado de las personas.

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